recuerdos

Todo lo aquí expuesto, son los recuerdos vistos con ojos de la infancia. Las imágenes son solo ilustrativas, salvo las que lleven algún tipo de especificación. Deseo que este blog, sirva para evocar también vuestros recuerdos... si así fuera, dejen su comentario y compartámoslo. Gracias.

apuntes 11


La mañana estaba oscura, parecía como si la sombra de un gran puño oprimiera el jardín y el huerto.
La abuela estaba cubriendo unos almácigos de tomillo, pues apenas comenzaba a brotar la delicada hierba, y una fuerte lluvia podría afectarlos mucho.

Yo salí a la galería que hacía las veces de secadero de plantas. Allí colgaban, ramilletes de lavanda, eucalipto, laurel, palto, higuera, alcanfor, álamo, sauce, fresno... y sobre una larga mesa, bandejas repletas de hojas de aloe, cáscaras de naranja y pomelo, cascarillas de nuez, en fin, era verano, y la principal actividad de la abuela, era disecar para que nada faltase en invierno, tanto para sus jabones y ungüentos como para la cocina. Así también podíamos encontrar en el secadero, tomates, ajíes, duraznos...
La galería, se hallaba orientada de tal manera, que quedaba muy protegida de vientos y tormentas. En su lado sur, se elevaban varios álamos como una muralla, en el lado noroeste, un laberinto de boj, y al este varios olivos, tilos y una frondosa madreselva. Además, la galería contaba con amplios ventanales hasta la mitad de su extensión.
Mientras ayudaba a la abuela a cerrarlos, oímos un descomunal trueno. El rayo cayó muy cerca de la casa, carbonizando un viejo ciprés.
En ese momento, la lluvia fue torrencial, así que corrimos a la casa. El abuelo también había estado asegurando puertas y ventanas. El viento era muy fuerte e inesperado.
Apenas pasaron unos minutos, y escuchamos ruidos de trastos que se golpeaban. En la cocina reinaba la calma, no venía de allí.
La casa de los abuelos, constaba de tres viviendas, comunicadas por un patio de buenas proporciones. En la parte principal estaban la galería de la, entrada, la cocina, el comedor, los dormitorios y el "caforchi", esa especie de taller-laboratorio que ellos compartían, este se comunicaba con un pequeño jardín de invierno, y luego la galería secadero. Cruzando el patio, los galpones que mis tíos utilizaban de almacenamiento, y más allá, una cocina de campo muy grande, con parrilla, donde se reunía la familia los domingos. Los abuelos y yo, mirábamos por la ventana del frente, la lluvia que arreciaba sobre el monte de eucaliptos, ignorando lo que ocurría en el secadero.
Pero, en un segundo, vimos volar por los aires un ramillete de lavanda. En ese momento el rostro de la abuela se puso muy pálido. Corrió al fondo e intentó salir, pero entre el abuelo y yo se lo impedimos. Escuchamos otra vez espantosos ruidos, espantosos porque comprendimos que el viento hacía estragos en el secadero, donde los ventanales se abrieron dejando todo a su merced.
Quedamos mudos de impotencia.
Cuando la tormenta pasó, era cerca del mediodía, llegaron las tías preocupadas por la intensidad del viento.
Cuando salimos al patio, ya desde allí pudimos ver la galería vacía. Nada había quedado. Todo se encontraba disperso a lo largo de la media hectárea que rodeaba la finca.
Lloré junto a las tías, ellas recordaban con tristeza las veces que de niñas ayudaban a la abuela en sus tareas de recolección de frutos y plantas, las veces que prepararon allí conservas con tomate disecado ¡y qué ricos que eran! tal vez sería el primer invierno en que no los comerían...
La abuela entonces, se puso a limpiar enérgicamente. Era finales de febrero, pero aún queda mucho por cosechar, dijo, y con suerte, también se podrá secar algo más.
Todos ayudamos a la abuela. Las tías seguían llorando, evitaban mirar el huerto y el jardín, donde solo quedaban tallos cortados, pues toda la producción de ese verano estaba en el secadero.

Al atardecer, la abuela me tomó de la mano y juntas fuimos hasta los manzanos. Eran cuatro, daban frutas que nunca acababan de madurar. Buscamos las manzanas más grandes y llenamos una canasta. Luego en la cocina ¡a pelarlas! Hirvió la pulpa con azúcar hasta que se cristalizó. Las cáscaras, las colocó en fuentes para secar. Sonreía y cantaba, como si se le hubiera ocurrido una gran idea.
Cenamos pollo, papas y de postre, dulce de manzana.
Al día siguiente, muy temprano, me explicó que secaríamos las cáscaras de manzana, y me enseñaría a hacer "extracto de manzana en polvo", lo dijo así, dándole la mayor importancia.

Eso me dejó la abuela, la enseñanza de que pase lo que pase, siempre hay algo nuevo para hacer. Decía siempre que el futuro sería de aquellos que supieran "crear" las condiciones.
Unos días después, anunciaban la escasez de algunos productos, entre ellos el jabón. Mi tío mayor tuvo la idea ¡vender jabones! Está bien, dijo la abuela, pero solo a los de la capital, aquí a mis vecinos siempre se los regalé, y lo seguiré haciendo. Vendió mucho, tanto que pudo invertir en la compra de hortalizas, tomates... y mirando al cielo un día me dijo: todavía hay buen sol, ¡vamos al secadero hija! Aunque no se privó de criticar aquellas verduras que ¡quién sabe con qué las regarían!...

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